viernes, 18 de abril de 2014

LA POESÍA DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ.

“García Márquez nunca ha buscado otra cosa en su obra que evocar los espíritus esquivos de la poesía pues su prosa está impregnada de lírica “

LA POESÍA DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ


 Entre nostalgias de la casa grande de Aracataca, alegrías y timideces multicolores, vividas o soñadas en las nacientes aventuras preadolescentes en Barranquilla y las conventuales y monótonas vigilias en Zipaquirá y Bogotá, nacen y crecen los primeros poemas de amor, reflexión y soledad, salidos de la pluma febril de..
 Gabriel García Márquez.
  
De manera que esta circunstancia, sumada a un especial temperamento de niño observador e imaginativo y a la influyente personalidad de su abuelo el coronel Nicolás Ricardo Márquez y a la prodigiosa agudeza mental, supersticiosa y mística, de Tranquilina Iguarán Cotes, su abuela, determinaron sin lugar a dudas la adhesión espiritual y vitalicia hacia lo que Gabriel García Márquez denominaría más adelante como “los espíritus esquivos de la poesía”.

 En 1940, cuando el futuro autor de Cien años de soledad acababa de cumplir sus 13 años y cursaba el primer año de secundaria en el Colegio San José de Barranquilla, regentado por los padres jesuitas, dio a conocer unas tímidas muestras de su enorme capacidad para versificar, cuando le improvisaba a cada uno de sus condiscípulos lo mismo que a sus profesores, cuartetas festivas y versos satíricos, sin que hubiera en alguno de ellos ningún asomo de gracia lírica.

“El padre Luis Posada —recuerda Gabo en sus memorias—, capturó uno, lo leyó con ceño adusto y me soltó la reprimenda de rigor, pero se lo guardó en el bolsillo. El padre Arturo Mejía me citó entonces en su oficina para proponerme que las sátiras decomisadas se publicaran en la revista Juventud, órgano oficial de los alumnos del colegio. Mi reacción inmediata fue un retortijón de sorpresa, vergüenza y felicidad, que resolví con un rechazo nada convincente: —Son bobadas mías. El padre Mejía tomó nota de la respuesta y publicó los versos con ese título —“Bobadas mías”— y con la firma de Gabito, en el número siguiente de la revista y con la autorización de las víctimas”…

Por ese tiempo, Gabo tenía el vicio de leer todo lo que cayera en sus manos y se aprendió de memoria decenas de romances del repertorio popular y los más hermosos poemas del Siglo de Oro español. También, el súbito aliento embrujador de los Veinte poemas de amor de Pablo Neruda sedujo al joven Gabo hasta el punto de aprenderse de memoria y recitar no pocas veces al día el famoso “Poema veinte”, lo cual ocasionaba la cólera de algún jesuita.

Una breve muestra de lo que escribía Gabito en esa época es el poema titulado “La muerte de la rosa”:
* * *
Durante su adolescencia, Gabriel García Márquez no mostró interés literario distinto de la poesía. 
En septiembre de 1943 le llegaron a Zipaquirá los ecos de la controversial visita a Colombia de Pablo Neruda y de la violenta polémica que lo enfrentó el líder conservador Laureano Gómez. Tres décadas más tarde el poeta chileno declararía que la novela estelar de García Márquez era el Quijote de América y pediría para él el Premio Nobel de Literatura. Cuando este deseo se hizo realidad Gabo en su discurso de recepción le rendiría homenaje, llamándolo “Pablo Neruda el grande, el más grande, en cuyos versos destilan su tristeza milenaria, nuestros mejores sueños sin salida”.

Ya por entonces Gabito imitaba a Eduardo Carranza en las prosas líricas que, a la manera de Gabo ensayó escribir un texto en cuartetos eneasílabos, titulado “Poema desde un caracol”: 
Gabo no cabía de la dicha a sus 17 años pensando en que sería un poeta y nada más que un poeta. Luego de graduarse de bachiller con honores.
 Ya en la universidad Nacional empieza a publicar sus poemas En La Razón, en una columna bautizada “Poetas Universitarios” apareció firmado por Gabriel García Márquez un poema titulado “Geografía celeste” con el ante título de “Elegía a la Marisela”, que dice así:


Gabo parecía querer contarnos un cuento en cada poema o versificación. Reiteraba, sin saberlo, que cada buen poema no era otra cosa que el teatro de una acción. Y así, hasta que por propia confesión, se sintió cegado por el rayo de sol de La metamorfosis de Kafka, en un insólito camino hacia el Damasco narrativo, Gabo se convenció a sí mismo que la avenida ancha de su destino literario no estaba en la poesía propiamente dicha como género a cultivar sino en la novela y el cuento (el cuento, por lo pronto), en tanto que aquella era tan sólo un preludio prodigioso y fosforescente, un ejercicio de disciplina impostergable, un riguroso sistema de elaboración de estructuras literarias para obras superiores aún no soñadas.

Sin embargo, con esa sorda y peligrosa terquedad de quien no es nadie pero quiere serlo todo, Gabo continuó escribiendo poemas y sonetos de medidas perfectas y publicándolos en las páginas de sus buenos amigos, unas veces con el seudónimo de “Javier Garcés” y otras con su nombre verdadero.
A mediados de 1945 publicó con seudónimo el soneto “Tercera ausencia del amor”:


“Es difícil imaginar, escribe Gabo en sus memorias, hasta qué punto se vivía entonces a la sombra de la poesía. Era una pasión frenética, otro modo de ser, una bola de candela que andaba de su cuenta por todas partes. Abríamos el periódico, aún en la sección económica o en la página judicial, o leíamos el asiento del café en el fondo de la taza, y allí estaba esperándonos la poesía para hacerse cargo de nuestros sueños”.

Y como Bogotá no era solamente la capital dela República y la sede del gobierno, sino sobre todo la ciudad donde vivían los poetas, no sólo creía Gabo en la poesía y se moría por ella, sino que sabía con certeza que, como lo escribió Luis Cardoza y Aragón, “era la única prueba concreta de la existencia del hombre”.

Un soneto bautizado “Sin título” —junto con el “Soneto matinal a una colegiala ingrávida”—, son los últimos poemas que Gabriel García Márquez publicó en los diarios capitalinos y en cualquier otro periódico de la Tierra, antes de que apareciera “La tercera resignación”, su primer texto narrativo, hace exactamente 60 años en el suplemento Fin de semana de El Espectador.
Hoy, cuando el orbe entero está llorando su partida a los  87 años del nacimiento del genial fabulista de Macondo,  queremos reconocer en su narrativa magistral, el duende inequívoco de la lírica, las deslumbrantes y arrobadoras gotas de luz con que suele constelar su prosa prodigiosa, y corroborar así que la presencia de la poesía en la novela, el cuento y el periodismo de Gabriel García Márquez no es solamente la prueba concreta de la magnificencia de su parábola vital, sino que es la única artífice de una obra que desde siempre nos ha pertenecido a todos y que se cristaliza en la memoria de los tiempos “más allá del aire donde se terminan las cuatro de la tarde hasta donde no pueden alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria”.
 Desde este foro te rendimos un sentido homenaje.

Por siempre.

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