La cultura de la paz consiste en una serie de valores,
actitudes y comportamientos, que rechazan la violencia y previenen los
conflictos, tratando de atacar sus causas para solucionar los problemas
mediante el diálogo y la negociación entre las personas y las naciones,
teniendo en cuenta un punto muy importante que son los derechos humanos, pero
así mismo respetándolos e incluyéndolos en esos tratados. Esta fue definida por
resolución de la ONU, siendo aprobada por la Asamblea General el 6 de octubre
de 1999 en el Quincuagésimo tercer periodo de sesiones, Acta 53/243.
"Puesto que las guerras nacen en la mente de los
hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la
paz" (Declaración de la Constitución de la Organización de las Naciones
Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura)
La cultura de paz supone ante todo un esfuerzo generalizado
para modificar mentalidades y actitudes con ánimo de promover la paz. Significa
transformar los conflictos, prevenir los conflictos que puedan engendrar
violencia y restaurar la paz y la confianza en poblaciones que emergen de la
guerra. Pero su propósito trasciende los límites de los conflictos armados para
hacerse extensivo también a las escuelas y los lugares de trabajo del mundo entero,
los parlamentos y las salas de prensa, las familias y los lugares de recreo.
Forjar una cultura de paz es hacer que los niños y los
adultos comprendan y respeten la libertad, la justicia, la democracia, los
derechos humanos, la tolerancia, la igualdad y la solidaridad. Ello implica un
rechazo colectivo de la violencia. E implica también disponer de los medios y
la voluntad de participar en el desarrollo de la sociedad.
Una cultura escolar promotora de paz desarrolla una actitud
de respeto mutuo, en la igualdad valórica de las personas, en la tolerancia y
el amor mutuo, determinantes en la resolución pacífica de conflictos, así como
en la promoción y desarrollo de un pensamiento autónomo.
Desde esta concepción, la cultura de paz aparece como una
opción interesante al intentar describir, a partir de los elementos propios de
la cultura escolar, la forma como la educación pudiera estar contribuyendo o no
a la conformación de alumnos críticos, autónomos y solidarios, capaces de
superar el vacío moral dominante, y que valoren su compromiso para la
construcción de sociedades más justas y más humanas.
La construcción de una cultura de la paz es un proceso lento
que supone un cambio de mentalidad individual y colectiva. En este cambio la
educación tiene un papel importante en tanto que incide desde las aulas en la
construcción de los valores de los que serán futuros ciudadanos y esto permite
una evolución del pensamiento social. Los cambios evolutivos, aunque lentos,
son los que tienen un carácter más irreversible y en este sentido la escuela
ayuda con la construcción de nuevas formas de pensar. Pero la educación formal
no es suficiente para que estos cambios se den en profundidad. La sociedad,
desde los diferentes ámbitos implicados y desde su capacidad educadora, también
deben incidir y apoyar los proyectos y programas educativos formales. Así es
importante que se genere un proceso de reflexión sobre como se puede incidir en
la construcción de la cultura de la paz, desde los medios de comunicación,
desde la familia, las empresas, las unidades de producción agrícolas, desde los
ayuntamientos, desde las organizaciones no gubernamentales, desde las
asociaciones ciudadanas, etc.. Se trata de generar una conciencia colectiva
sobre la necesidad de una cultura de la paz enraizada en la sociedad con tanta
fuerza que no deje lugar a la violencia. Y se trata de que los gobiernos tomen
conciencia de esta cultura de la paz y de los factores y condicionantes que la
facilitarían, tal como eliminación de las situaciones de injusticia,
distribución más equitativa de la riqueza, eliminación de la pobreza, derecho a
la educación en igualdad de condiciones, etc.. Y por otro lado que conviertan
esta conciencia en una nueva cultura de administrar el poder.
El país cree en los intelectuales, en los artistas y
gestores de la cultura quienes han puesto el conflicto en el foco de sus
creaciones para bien de la memoria y el debate. No da espera ahora que hablen
públicamente de un proceso espinoso pero trascendental para un poco de paz.
El embajador de Colombia en España, Fernando Carrillo
Flórez, ha destacado que "la construcción de la paz tiene un componente
cultural fundamental", ya que aunque parecía que estaba
. “Debemos tener unos espacios que permitan que la gente se
relacione de manera distinta y ahí las manifestaciones culturales juegan un
papel fundamental. Por eso la invitación
es a que pensemos en que además de todos los acuerdo de La Habana, qué cosas se
pueden hacer para que desde nuestros territorios tengamos proyectos que construyan
paz y que involucren a la ciudadanía”, concluyó.
“La cultura puede ayudar a recuperar identidades, yo quiero
que se entienda que este acuerdo significa un cambio de comportamiento”.
ste artículo presenta, a manera de resumen reflexivo, la
importancia de "Educar para la Paz" ante el deterioro de la
convivencia producto de la violencia. Se revisan los planteamientos de la
UNESCO, de teóricos como Galtung, Lederach, Carrión, Fisas, Freire, Arancibia,
Capra, Coll, entre otros, y las directrices de la legislación venezolana
vigente, donde se encuentran argumentos de base para la construcción de la
Cultura de Paz en América Latina. Se invita al lector a repensar el papel de la
Escuela como institución abierta a su entorno comunitario, como impulsora de
este proceso constructivo de Paz, siendo vital para este fin la participación
corresponsable y protagónica de la ciudadanía en el hecho educativo a través de
la interacción escuela-familia-comunidad; promoviendo de esta manera la
apertura de espacios de diálogo, aprendizaje y acción, definidos en este
análisis como Espacios para la Paz.
anza por la paz es una muestra escénica que reúne a más de
30 artistas de diferentes lugares del país. Es un encuentro de experiencias
entre lugares e iniciativas artísticas y culturales de memoria histórica y
estudiantes de diversas universidades de Bogotá. Una iniciativa que parte de la
premisa de la Dirección del Museo Nacional de la Memoria (DMNM), del Centro
Nacional de Memoria Histórica, de fomentar y fortalecer espacios de creación
artística que visibilicen a través del lenguaje escénico y corporal la
resistencia en los territorios, la construcción de memoria y escenarios de
reconciliación y paz a través del cuerpo..
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