“García Márquez nunca ha buscado otra
cosa en su obra que evocar los espíritus esquivos de la poesía pues su prosa
está impregnada de lírica “
LA
POESÍA DE GABRIEL
GARCÍA MÁRQUEZ
Entre
nostalgias de la casa grande de Aracataca, alegrías y timideces multicolores,
vividas o soñadas en las nacientes aventuras preadolescentes en Barranquilla y
las conventuales y monótonas vigilias en Zipaquirá y Bogotá, nacen y crecen los
primeros poemas de amor, reflexión y soledad, salidos de la pluma febril de..
Gabriel García Márquez.
De manera
que esta circunstancia, sumada a un especial temperamento de niño observador e
imaginativo y a la influyente personalidad de su abuelo el coronel Nicolás
Ricardo Márquez y a la prodigiosa agudeza mental, supersticiosa y mística, de
Tranquilina Iguarán Cotes, su abuela, determinaron sin lugar a dudas la
adhesión espiritual y vitalicia hacia lo que Gabriel García Márquez denominaría
más adelante como “los espíritus
esquivos de la poesía”.
En
1940, cuando el futuro autor de Cien años de soledad acababa de cumplir sus 13 años y
cursaba el primer año de secundaria en el Colegio San José de Barranquilla,
regentado por los padres jesuitas, dio a conocer unas tímidas muestras de su
enorme capacidad para versificar, cuando le improvisaba a cada uno de sus
condiscípulos lo mismo que a sus profesores, cuartetas festivas y versos
satíricos, sin que hubiera en alguno de ellos ningún asomo de gracia lírica.
“El padre Luis Posada —recuerda Gabo en sus memorias—, capturó
uno, lo leyó con ceño adusto y me soltó la reprimenda de rigor, pero se lo
guardó en el bolsillo. El padre Arturo Mejía me citó entonces en su oficina
para proponerme que las sátiras decomisadas se publicaran en la revista Juventud,
órgano oficial de los alumnos del colegio. Mi reacción inmediata fue un
retortijón de sorpresa, vergüenza y felicidad, que resolví con un rechazo nada
convincente: —Son bobadas mías. El padre Mejía tomó nota de la respuesta y
publicó los versos con ese título —“Bobadas mías”— y con la firma de Gabito, en el número siguiente de la revista y
con la autorización de las víctimas”…
Por ese tiempo, Gabo tenía el vicio de leer todo lo que cayera en
sus manos y se aprendió de memoria decenas de romances del repertorio popular y
los más hermosos poemas del Siglo de Oro español. También, el súbito aliento
embrujador de los Veinte poemas de amor de
Pablo Neruda sedujo al joven Gabo hasta el punto de aprenderse de memoria y
recitar no pocas veces al día el famoso “Poema veinte”, lo cual ocasionaba la
cólera de algún jesuita.
Una breve
muestra de lo que escribía Gabito en esa época es el poema titulado “La muerte de la rosa”:
* * *
Durante
su adolescencia, Gabriel García Márquez no mostró interés literario distinto de
la poesía.
En septiembre de 1943 le llegaron a Zipaquirá los ecos de la
controversial visita a Colombia de Pablo Neruda y de la violenta polémica que
lo enfrentó el líder conservador Laureano Gómez. Tres décadas más tarde el poeta chileno declararía que la novela
estelar de García Márquez era el Quijote de América y pediría para él el Premio
Nobel de Literatura. Cuando este
deseo se hizo realidad Gabo en su discurso de recepción le rendiría homenaje,
llamándolo “Pablo Neruda el grande, el más grande, en cuyos versos destilan su
tristeza milenaria, nuestros mejores sueños sin salida”.
Ya por entonces Gabito imitaba a Eduardo Carranza en las prosas líricas
que, a la manera de Gabo ensayó escribir un texto en cuartetos eneasílabos,
titulado “Poema desde un caracol”:
Gabo no
cabía de la dicha a sus 17 años pensando en que sería un poeta y nada más que
un poeta. Luego de graduarse de bachiller con honores.
Ya en la universidad Nacional empieza a
publicar sus poemas En La Razón, en una
columna bautizada “Poetas Universitarios” apareció firmado por Gabriel García
Márquez un poema titulado “Geografía
celeste” con el ante título de “Elegía a la Marisela”, que dice así:
Gabo parecía querer contarnos un cuento en cada poema o
versificación. Reiteraba, sin saberlo, que cada buen poema no era otra cosa que
el teatro de una acción. Y así, hasta que por propia confesión, se sintió
cegado por el rayo de sol de La metamorfosis de Kafka, en un insólito camino hacia
el Damasco narrativo, Gabo se convenció a sí mismo que la avenida ancha de su
destino literario no estaba en la poesía propiamente dicha como género a
cultivar sino en la novela y el cuento (el cuento, por lo pronto), en tanto que
aquella era tan sólo un preludio prodigioso y fosforescente, un ejercicio de
disciplina impostergable, un riguroso sistema de elaboración de estructuras
literarias para obras superiores aún no soñadas.
Sin
embargo, con esa sorda y peligrosa terquedad de quien no es nadie pero quiere
serlo todo, Gabo continuó escribiendo poemas y sonetos de medidas perfectas y
publicándolos en las páginas de sus buenos amigos, unas veces con el seudónimo
de “Javier Garcés” y otras con su nombre verdadero.
A mediados
de 1945 publicó con seudónimo el soneto “Tercera
ausencia del amor”:
“Es
difícil imaginar, escribe Gabo en sus memorias, hasta qué punto se vivía
entonces a la sombra de la poesía. Era una pasión frenética, otro modo de ser,
una bola de candela que andaba de su cuenta por todas partes. Abríamos el
periódico, aún en la sección económica o en la página judicial, o leíamos el
asiento del café en el fondo de la taza, y allí estaba esperándonos la poesía
para hacerse cargo de nuestros sueños”.
Y como
Bogotá no era solamente la capital dela República y la sede del gobierno, sino
sobre todo la ciudad donde vivían los poetas, no sólo creía Gabo en la poesía y
se moría por ella, sino que sabía con certeza que, como lo escribió Luis Cardoza
y Aragón, “era la única prueba concreta
de la existencia del hombre”.
Un soneto bautizado “Sin título” —junto con el “Soneto matinal a
una colegiala ingrávida”—, son los últimos poemas que Gabriel García Márquez
publicó en los diarios capitalinos y en cualquier otro periódico de la Tierra,
antes de que apareciera “La tercera resignación”, su primer texto narrativo,
hace exactamente 60 años en el suplemento Fin de semana de El Espectador.
Hoy, cuando el orbe entero está llorando su
partida a los 87 años del nacimiento del
genial fabulista de Macondo, queremos
reconocer en su narrativa magistral, el duende inequívoco de la lírica, las
deslumbrantes y arrobadoras gotas de luz con que suele constelar su prosa
prodigiosa, y corroborar así que la presencia de la poesía en la novela, el
cuento y el periodismo de Gabriel García Márquez no es solamente la prueba
concreta de la magnificencia de su parábola vital, sino que es la única
artífice de una obra que desde siempre nos ha pertenecido a todos y que se cristaliza
en la memoria de los tiempos “más allá del aire donde se terminan las cuatro de
la tarde hasta donde no pueden alcanzarla ni los más altos pájaros de la
memoria”.
Desde
este foro te rendimos un sentido homenaje.
Por siempre.
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